En el vacío la velocidad no osa compararse, puede acariciar el infinito. Así el vacío queda definido e inerte como mundo de la no resistencia. También el vacío envía su primera grafía negativa para quedar como el no aire. El aire que acostumbramos sentir ¿ver?: suave como lámina de cristal, duro como frontón o lámina de acero. Sabemos por casi un invisible desperezar del no existir el vacío absoluto, no puede haber un infinito desligado de la sustancia divisible. Gracias a eso podemos vivir y somos tal vez afortunados. Pero supongamos algunas inverosimilitudes para ganar algunas delicias. Supongamos el ejército, el cordón de seda, el expreso, el puente, los rieles, el aire que se constituye en otro rostro tan pronto nos acercamos a la ventanilla. La gravedad no es la tortuga besando la tierra. El expreso tiene que estar siempre detenido sobre un puente de ancha base pétrea. Se va impulsando —como la impulsión de sonrisa, a risa, a carcajada, de un señor feudal después de la cena guarnida—, hasta decapitar tiernamente, hasta prescindir de los rieles, y por un exceso de la propia impulsión, deslizarse sobre el cordón de seda. Esa velocidad de progresión infinita soportada por un cordón de seda de resistencia infinita, llega a nutrirse de sus tangencias que tocan la tierra con un pie, o la pequeña caja de aire comprimido situada entre sus pies y la espalda de la tierra (levedad, angelismos, turrón, alondras). El ejército en reposo tiene que descansar sobre un puente de ancha base pétrea, se va impulsando y llega a caber oculto detrás de un alamillo, después en un gusano de espina dorsal surcada por un tiempo eléctrico. La velocidad de la progresión reduce las tangencias, si la suponemos infinita, la tangencia es pulverizada: la realidad de la caja de acero sobre el riel arquetípico, es decir, el cordón de seda, es de pronto detenida, la constante progresión deriva otra sorpresa independiente de esa tangencia temporal, el aire se torna duro como acero, y el expreso no puede avanzar porque la potencia y la resistencia hácense infinitas. No se cae por la misma intensidad de la caída. Mientras la potencia tórnase la impulsión incesante, el aire se mineraliza y la caja móvil —sucesiva impulsada—, el cordón de seda y el aire como acero, no quieren ser reemplazados por la grulla en un solo pie. Mejor que sustituir, restituir. ¿A quién?...